Sakkaku

Sakkaku, en japonés, significa espejismo. No deberías creer todo lo que ves, tus mochilas visuales solo te recuerdan aquello que conoces.

No hay explicación posible para el colapso de un bosque por el mero hecho de ser observado. El vacío es orgánico y está vivo, pero no lleva implícita a la muerte. El vacío es una fluctuación cuántica que se debate entre la materia y la antimateria; y prometo no inmiscuir a la poesía en todo esto. Ella no tiene la culpa de que las partículas elementales se destruyan las unas a las otras como frágiles kamikazes que han extraviado el rastro de sangre.
Hemos venido para el cambio de paradigma. Hemos venido de muy lejos para presenciar como de una pared brota milagrosa la Vía Láctea. Y que la poesía sea residual en todo esto, carece de importancia; lo que si tiene trascendencia es el hueco cóncavo y humilde por donde miramos. Asomaos al precipicio para contemplar el bosque de piedra y su expansión rupestre. Duele tanto su belleza. Duele su causalidad haciéndose pedazos:
Será y no será la multiplicación de los paramecios en una mariposa pluricelular.
Será y no será que Gagarin rehuya de la santidad para acariciar su propio martirio en este cosmos fractal.
Será y no será que el big bang es una cierva paleolítica pintada por un cazador que a su vez está pintado por un narrador omnisciente que nunca ha reparado en la posibilidad de dios.
Y es por eso que la expansión hace que el holograma coincida pieza a pieza, mundo a mundo; todo encaja y seguiremos expandiéndonos hasta que regresemos al cero absoluto donde las ordenadas y las abscisas confluyan en un río inverso. El cauce salvaje odia la monumentalidad del océano y viene a cesar en la oscuridad eterna de esta roca retratada.
Desde hace un millón de años estos árboles de piedra escriben nuestra historia. El nitrato de plata o los vapores de mercurio revelan una idéntica mañana obturada. Es por eso que mirar sea decisivo. La mirada acompaña, colectiviza la reverberación de los muertos cuando amamantan la luz cenital que baja triste por los troncos.
Se acaba el tiempo y una galaxia cabe en el ojo séxtuple de la araña porque ambas cosas son la misma. La geometría es la plegaria incompleta de la célula, así que devórame, madre, en la galería axial de la cueva y comprenderemos el trance. Todo nace del invierno. Vomítame, madre, en la deriva caudalosa donde se amontona la espuma que hace nuestro “yo” al entrar en la totalidad.

(Texto de Roberto R. Antúnez)