«Paseo monumental» forma parte del proyecto «Limiferia» del Colectivo Punto de Catástrofe.
El sábado, 30 de septiembre, 2017, fui al edificio de la Estación de Autobuses. Compré un ejemplar del periódico local y un libro de bolsillo titulado Paisajes de la arquitectura japonesa, de Ramón Rodríguez Llera. A continuación fui a la taquilla 21 y compré un billete de la línea periférica. Después de eso me acerqué a la dársena de autobuses y me monté en el bus número 8 de la Compañía de Transporte.
Exactamente medio siglo después del viaje de Robert Smithson a Paissac emulo sus pasos y compruebo que lo que él encontró en ese lugar, yo lo reconozco en Limiferia.
Me siento y abro el noticiario. Hojeo la sección de arte: hoy acaba la exposición Geografía del tiempo, de Bleda y Rosa; justo debajo, una reproducción de una gasolinera abandonada, en colores pastel, recordaba un homenaje a Ed Ruscha.
El autobús deja las calles y se adentra en la carretera nacional. Al fondo veo el primer monumento. Toco el timbre solicitando la parada. Bajo del autobús en plena Limiferia. El monumento es una suerte de Maison Dom-ino de Le Corbusier. Una neblina le da un cierto carácter cinematográfico de película de serie B.
Me dirijo hacia el norte encontrando nuevos monumentos: un pequeño depósito de agua sustentado en cuatro enormes patas, una espiral junto a la carretera, otro depósito de agua infinitamente mayor que el primero, podría decirse que es su musculado hermano mayor. Conforme me acerco al río observo una tubería que sale de un frondoso bosque penetra la tierra en un coito continuo. Es un monumento a la reproducción.
Las ruinas románticas de Limiferia se conjugan con ruinas al revés, edificios que no caen en ruina después de construidos si no que crecen hasta la ruina. Observo unos lugares a los que no afectan los grandes acontecimientos de la historia. Su mise en scena es de lenta mirada.
Paré a comer en un restaurante junto a la carretera y cambié la batería de mi cámara. Antes de los postres abro al azar el libro y entresaco la idea de la importancia del paisaje, más concretamente, del jardín japonés como parte integrante e indivisible de la arquitectura japonesa.
Sigo caminando y cogiendo y dejando la línea circular en varios tramos. En el sur no abundan los monumentos. Los tiempos del agro no son los mismos que los de la industria. Salvo por esos enormes monstruos que peinan la tierra: los nuevos dinosaurios desafían a la evolución.
Después volví al centro. Recuerdo un sentimiento de observar una cara A que trata de esconder su cara B; de intuir un lugar donde sí influyen los acontecimientos populares de la historia aunque no sé si los grandes acontecimientos: de vivir en un lugar que quiere ser moderno, sin poder desprenderse de su nostalgia, y que no se da cuenta que podría estar mejor si simplemente fuera consecuente con su tiempo.
Vi la ciudad como un conjunto opresivo de fotografías de un desplegable de tarjetas postales para turistas. Tarjetas postales que se degradarán irreversiblemente.